domingo, 21 de agosto de 2011

Divina esquina

La noche iluminada por las  las luciérnagas muertas que resbalan  por mi cuerpo y me  rasguñan.   Me vuelven loca cuando rozan por mi blusa de seda y los pequeños botones de mis senos erectos que imagino en tu boca.   ¡Siempre  estar sola¡   Cada noche frecuento este lugar, y ahora vine por un trago, olvidarme un rato que ya los niños son adultos, y espero como siempre lo mismo, nada.

Una sombra repentina se me acerca y se sienta junto a mí con desparpajo, y me enfurezco, porque aunque deseosa de pasión mi cuerpo apele a cualquier estación, esta debe ser de mi gusto.  Levanté la vista, y nuestras miradas  se encontraron, y sonreímos, nos abrazamos, han pasado tantos años.  Me sentí  algo así como feliz.
Me invitó a su departamento, después del trago.  Más allá bajo un árbol, un cedro perfumado se confundió con el olor de su pecho y de su boca, la aspereza de su barbilla me rozó la mejilla y apretó mi cuerpo hacia el suyo. No hubo más tiempo, nos ansiábamos desnudos.   Fue inevitable humedecerme y el espasmo en mis muslos me gritó irrespetuosamente a seguirlo.   En un rincón oscuro, una estación pequeña y dulce de esta ciudad nos abrigó,  hacía frío,  acercó sus dedos abiertos en mi pecho y su lengua  estaba ya besándome los hombros y bajando por mi estómago.  Las sombras de la  noche apegadas a las piedras de los muros cubiertos por las hiedras floridas se alejaba de nosotros, levanté una pierna y la puse en un estrecho escaño,  el puso su mano en mi calzón lo corrió hacia un lado, los pájaros nocturnos aún arrullaban entre los tilos y una niebla comenzaba a invadirnos.  Mordí su boca, mi lengua en su lengua, mordía sus labios pronunciaban algo como irnos   al río,  mientras el ponía su mano entre mis piernas y la subía hasta el calzón y su dedo mayor entraba en mi vulva mojada hasta gemir. 


Joven y rasgos firmes, sus hombros impetuosos, su vientre plano y sus muslos gruesos, su olor,  nunca me ha gustado  el perfume, sólo el sudor, la piel, el vigor. Lo sentí magnífico penetrar en mí,  yo mareada de placer le susurraba con pasión la suavidad de su sexo y la embestida fue mayor, llenó el pasaje  que me hizo gemir asustada por mi atrevimiento. 
Quería besar su estómago, me hablaba con su voz entrecortada, no podía allí, estábamos solos, aislados, pero era tarde, y como un geyser perdido en un desierto lo sentí esa noche que siempre recuerdo cuando de mi trabajo llego a dormir en un cuarto silencioso.

1 comentario:

Anónimo dijo...
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